Laureada
Ella podría haber sido escrita por una voz que conoce el temblor de la piel, porque su cuello es un verso que se lee con los labios y su espalda se ofrece lenta, como un poema que pide ser recorrido sin prisa, con la respiración cerca.
Habita sus cuarenta con la elegancia de quien ya sabe provocar. Su piel no presume: convoca, sus pechos guardan la pausa exacta donde la mirada aprende a quedarse, y su vientre —tibio, vivo— late como esos versos que hablan del deseo desde la sombra y el pulso.
Su sensualidad no grita: atrae, se desliza en la forma en que camina, en cómo se deja mirar sabiendo que su cuerpo es perfecto a mis ojos. Cada curva responde al tacto imaginado, a la cercanía que aún no ocurre pero ya arde.
Y su corazón —ese corazón único— late hondo, profundo, como la poesía que nace del cuerpo y de la tierra. Amarla es aprender que hay mujeres que no se desean sólo con el cuerpo, sino con la palabra, con la espera, con el hambre dulce de volver a leerlas.
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